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miércoles, 4 de febrero de 2015

Historias de guerra en un aula de paz


Aún sigo con esa sensación de subidón propia de los campos de fútbol, cuando coreas el himno y los cantos de tu equipo con una masa que te lleva; se contagia el ánimo, la ilusión… una sensación de estar flotando. Pero esta vez esta sensación se ha alojado en mis brazos, en mi estomago y sigue mucho rato después del pitido final. Creo que me ha tocado. Esta extraña dimensión sensorial no es fruto de la pasión por unos colores, sino por un encuentro digamos que epifánico con muchas verdades que son una. Todo esto ha sido resultado de una clase de antropología impartida por tres reporteros que resulta que en tiempos de paz se han ido a la guerra, pero no para luchar, sino para contarla; que resulta que en tiempos de crisis, se han ido a narrar lo que es la muerte sin tregua. Esto tipos han bajado a los infiernos humanos, han buscado a sus diablos y les han hecho la pregunta pertinente, aunque fuese impertinente. ¡Valientes!

Parece que la guerra no es una cuestión de buenos y malos, sino de historia, política, cultura, economía, sociología, psicología, tecnología y un sinfín de prismas más. Y resulta que para ir a contarlo no hay que estar loco, sino estudiar y saber; estar dispuesto a minimizar el riesgo para maximizar el fruto periodístico sabiendo que a veces te juegas el pellejo. Se trata de una ecuación donde los coeficientes no son otros que el riesgo que se asume y el resultado que se obtiene. Y lo paradójico es que en esta ecuación no hay sitio para el periodista porque es la correa de transmisión, que no está para servirse a sí mismo y a su vanidad, sino para servir a un público, para orientarle en entornos inciertos, contribuir a la formación e información de eso que llaman opinión pública y para ayudar a la toma de decisiones. ¡Vibrante!

Este oficio no es para los cínicos, ni para los vanidosos, ni para los soberbios, pero sí para los honestos, humildes con empatía y compasivos; pero no para los que sienten pena por el de enfrente, sino para los que son capaces de sentir con el otro, a veces será pena, otras alegría y otras…quién sabe. Porque la realidad tiene muchas aristas y no siempre podemos conjugarlas todas. Y lo que desde un lado parece nítido, desde el otro es opaco. Porque no se trata de juzgar, sino de mirar, ver y contar. Sobre todo contar. Porque los prejuicios matan la esencia del periodismo y vuelve a situar al periodista en la ecuación, y queda dicho que tiene que estar fuera. ¡Apasionante!

Todo esto ocurre en medio de una maraña de empresas, medios, intereses y baches en el camino. Los viejos medios se convierten muchas veces en territorios de posibilismo, en los que es difícil o imposible hacer el trabajo y la labor de picar que exige esta profesión, o más bien esta forma de vida.  A veces esos medios no tienen pudor para publicar las imágenes descarnadas de los asesinatos llevados a cabo por terroristas allá por el Oriente, pero son incapaces de sentarse con los terroristas a preguntarles si somos su objetivo o si su guerra es con todos y con ninguno a la vez. Por eso hay nuevas formas de hacer periodismo, que no colisionan con las aspiraciones e ideales de los periodistas de raza; con mucho sitio para el talento, a pesar de la masificación de las facultades de periodistas y el número de alumnos. ¡Asombroso!

Estas ideas se resumen en una: el uso responsable de la libertad; para tratar con respeto las historias, para ejercer la libertad de expresión sin ofender a nadie y sobre todo, para poder dormir por las noches. La clave está en preguntarse después de cada trabajo si voy a dormir, si lo haré como hasta ahora y si podré vivir con lo que he hecho hasta entonces. La medida la da eso que decían de la empatía y el ponerse en los zapatos del otro cuestionando el cómo me gustaría que me tratasen a mi en esa circunstancia o que tratasen mi muerte. Contar salvando la dignidad humana siempre. ¡Inspirador!

Esta clase de antropología la dieron David Beriain, Marc Marginedas y Jordi Peréz Colomé. De todo esto fueron testigos más de 300 personas que con su silencio contagiaban esa emoción e ilusión. Fue un encuentro con historias de guerra, heridas y secuestros personales pero no hubo sitio para el sensacionalismo y sí para el periodismo del bueno, sano y puro. No hubo tiempo para vanidades porque había mucho que contar, escuchar y aprender. David, Marc, Jordi, perdonadnos por todas esas veces que hemos subestimado vuestro oficio y hemos criticado gratuitamente ese trabajo vuestro que nunca vale lo que cuesta. Perdonadnos por abusar de vuestra inquietud, pasión y ganas, olvidando vuestro esfuerzo y pidiendo siempre más (sin ser necesariamente lo que debéis dar).

David, Marc, Jordi…¡MUCHAS GRACIAS! Habéis avivado la llama que en el corazón de los profesores, estudiantes y profesionales del periodismo vive. A veces, esa luz se vuelve tenue y débil pero vuestra dosis de gasolina nos ha dado fuerza. No olvidéis que sois la antorcha de muchos y necesitamos vuestra luz. 


martes, 2 de septiembre de 2014

El caso Pujol. Cuando el periodismo deja de ser periodismo


   


    El respeto por una profesión viene de sí misma. Y a veces se da el caso de que la gente vilipendia, descalifica y amonesta al periodismo por ignorancia o por hartazgo o por desinformación; pero otras muchas, somos los propios periodistas (en ejercicio, en el paro, en la reserva o en las aulas) los que no ponemos en valor el oficio. Cada día que pasa y nos empeñamos en indentificar con periodismo, cotilleos de corrala sobre gente sin más, o nos convertimos en servidores del poder (a cualquier nivel y en cualquier institución) estamos matando al periodismo. 

          De sobra queda decir que la percha informativa de esta entrada es el escándalo sobre la evasión fiscal durante 30 años que Jordi Pujol  reconoció. La pregunta que cabe hacerse ahora es: ¿Dónde han estado los perros guardianes durante todo ese tiempo? ¿Qué clase de carne estaban comiendo para dejar escapar semejante presa? Si en 30 años ningún periódico, periodista independiente, radio, televisión o persona decente sin más ha sabido ver y denunciar lo que ocurría en Cataluña, que nadie hable de crisis de periodismo. Porque la crisis (ya no se sabe si económica, de modelo de negocio o de decencia) que sufren los medios en la actualidad "comenzó" hace 13 años. ¿Y qué hicieron antes? Señalar a La Vanguardia, Avui, El Periódico de Catalunya, El País, El Mundo... puede parecer injusto; pero es más injusto, frustrante e irritante pensar que todos ellos se plegaron a los deseos de un gobierno o de una causa como la independentista. La impunidad y la corrupción que reinan en España tiene muchos responsables, pero especialmente los medios que pudiendo saber lo que ocurría o sabiéndolo de mano, optaron por guardarlo en la nevera para "otra ocasión".  Se sometieron al servicio de los poderosos y los ciudadanos confiamos en medios corrompidos. No hay duda de que hay muchos profesionales decentes, pero los intereses políticos y económicos de las empresas han cerrado bocas y llenado muchos bolsillos, nadie sabe ya si al 3% o al 33%. La prensa amordazada es propia de las dictaduras y está claro que en Cataluña ha imperado la dictadura del silencio (ahora hay que descubrir qué se daba a cambio)

      Todo esto hace pensar que es necesario un nuevo periodismo. Una regeneración de las empresas, de los esquemas mentales y de las formas de hacer y sentir la profesión. En esta primera semana de septiembre muchos alumnos entran en las aulas de las facultades de comunicación dispuestos a formarse por ser los periodistas del mañana, para ser contadores de las pequeñas historias con grandes valores; los comentaristas, escritores, columnistas e investigares que orienten a los ciudadanos en este entorno incierto que es la democracia. Sin embargo, el vacío y ejemplo que está dejando la prensa española en ciertos lugares no parece muy motivador, aunque muestra también la gran OPORTUNIDAD.

       John Milton defendió ante el parlamento inglés en 1644 la necesidad de una prensa libre. Su Aeropagítica ha pasado a la historia como uno de los grandes textos en defensa de la libertad de expresión e información. En el s. XVIII, Edmund Burke dijo del Periodismo (con mayúsculas) que era el cuarto poder y Walter Lippman definió en 1922 el papel de la prensa como "el de ser en cierto modo servidor y guardián de las instituciones". Que estas ansias de libertad sean nuestro motor; que esas ganas de servir vuelvan a las redacciones. Porque los ciudadanos lo piden y hay profesionales ansiosos dispuestos a ello.