Parece que la guerra no es una cuestión de buenos y malos, sino de historia, política, cultura, economía, sociología, psicología, tecnología y un sinfín de prismas más. Y resulta que para ir a contarlo no hay que estar loco, sino estudiar y saber; estar dispuesto a minimizar el riesgo para maximizar el fruto periodístico sabiendo que a veces te juegas el pellejo. Se trata de una ecuación donde los coeficientes no son otros que el riesgo que se asume y el resultado que se obtiene. Y lo paradójico es que en esta ecuación no hay sitio para el periodista porque es la correa de transmisión, que no está para servirse a sí mismo y a su vanidad, sino para servir a un público, para orientarle en entornos inciertos, contribuir a la formación e información de eso que llaman opinión pública y para ayudar a la toma de decisiones. ¡Vibrante!
Este oficio no es para los cínicos, ni para los vanidosos, ni para los soberbios, pero sí para los honestos, humildes con empatía y compasivos; pero no para los que sienten pena por el de enfrente, sino para los que son capaces de sentir con el otro, a veces será pena, otras alegría y otras…quién sabe. Porque la realidad tiene muchas aristas y no siempre podemos conjugarlas todas. Y lo que desde un lado parece nítido, desde el otro es opaco. Porque no se trata de juzgar, sino de mirar, ver y contar. Sobre todo contar. Porque los prejuicios matan la esencia del periodismo y vuelve a situar al periodista en la ecuación, y queda dicho que tiene que estar fuera. ¡Apasionante!
Todo esto ocurre en medio de una maraña de empresas, medios, intereses y baches en el camino. Los viejos medios se convierten muchas veces en territorios de posibilismo, en los que es difícil o imposible hacer el trabajo y la labor de picar que exige esta profesión, o más bien esta forma de vida. A veces esos medios no tienen pudor para publicar las imágenes descarnadas de los asesinatos llevados a cabo por terroristas allá por el Oriente, pero son incapaces de sentarse con los terroristas a preguntarles si somos su objetivo o si su guerra es con todos y con ninguno a la vez. Por eso hay nuevas formas de hacer periodismo, que no colisionan con las aspiraciones e ideales de los periodistas de raza; con mucho sitio para el talento, a pesar de la masificación de las facultades de periodistas y el número de alumnos. ¡Asombroso!
Estas ideas se resumen en una: el uso responsable de la libertad; para tratar con respeto las historias, para ejercer la libertad de expresión sin ofender a nadie y sobre todo, para poder dormir por las noches. La clave está en preguntarse después de cada trabajo si voy a dormir, si lo haré como hasta ahora y si podré vivir con lo que he hecho hasta entonces. La medida la da eso que decían de la empatía y el ponerse en los zapatos del otro cuestionando el cómo me gustaría que me tratasen a mi en esa circunstancia o que tratasen mi muerte. Contar salvando la dignidad humana siempre. ¡Inspirador!
Esta clase de antropología la dieron David Beriain, Marc Marginedas y Jordi Peréz Colomé. De todo esto fueron testigos más de 300 personas que con su silencio contagiaban esa emoción e ilusión. Fue un encuentro con historias de guerra, heridas y secuestros personales pero no hubo sitio para el sensacionalismo y sí para el periodismo del bueno, sano y puro. No hubo tiempo para vanidades porque había mucho que contar, escuchar y aprender. David, Marc, Jordi, perdonadnos por todas esas veces que hemos subestimado vuestro oficio y hemos criticado gratuitamente ese trabajo vuestro que nunca vale lo que cuesta. Perdonadnos por abusar de vuestra inquietud, pasión y ganas, olvidando vuestro esfuerzo y pidiendo siempre más (sin ser necesariamente lo que debéis dar).
David, Marc, Jordi…¡MUCHAS GRACIAS! Habéis avivado la llama que en el corazón de los profesores, estudiantes y profesionales del periodismo vive. A veces, esa luz se vuelve tenue y débil pero vuestra dosis de gasolina nos ha dado fuerza. No olvidéis que sois la antorcha de muchos y necesitamos vuestra luz.